En la sociedad machista, en la cual vivimos, cuando una mujer esgrime por bandera la inteligencia, sensibilidad y la justicia social, se produce de forma automática una reacción en cadena de discursos anquilosados en un paradigma patriarcal que tienen por objeto el menosprecio, sometimiento y humillación de la misma. Si la abanderada es Anna Gabriel Sabaté, todo lo anterior se multiplica, siendo a su vez reforzado por campañas mediáticas cocinadas en las cavernas más rancias y reaccionarias que la mente humana pueda imaginar. Este guiso, se adereza con un nacional catolicismo que subyace en el subconsciente colectivo de una buena parte del Estado español.
La diputada de la CUP, al hablar de la educación y crianza compartida de los hijos, esgrime un planteamiento que no es nuevo, respaldado por la antropología, cuyo resultado se traduce en la existencia de niñas y niños que van a tener como valores referenciales en sus existencias la cohesión, la empatía y el apego a la tribu, grupo o comunidad. Esto, de forma subsidiaria, se traduce en la existencia de seres más felices y solidarios que anteponen la colectividad al egocentrismo. Esto, obviamente, supone un ataque frontal a la línea de flotación del pensamiento único, nacido del neoliberalismo, que las instancias globales de control social formal quieren imbuir en un mundo donde la ciudadanía es, y debe ser, una mercancía que alimente su engaño.
La estrategia planteada por la jauría cavernaria contra Gabriel es todo un clásico de su deteriorado sistema cognitivo: intentar vejar y ridiculizar uno de los principios de los argumentos por ella aducidos, en concreto, y de forma especial el concepto de tribu. El tiro, una vez más, les ha salido por la culata. La cultura, para ellos, no es una divisa que sepan manejar.
En nuestros días, y como recambio a un sistema judicial que no funciona, está en auge el Paradigma de la Justicia Restaurativa. Este nace como otra opción a las respuestas penales y punitivas que lejos de resolver conflictos, lo que hacen es incrementarlos, favoreciendo que las heridas emocionales, sociales y psicológicas de estos no se curen ni cicatricen, a la par que elevan a un papel secundario a las víctimas de los mismos, las cuales observan como el sistema habla en nombre de ellas…sin contar con ellas, claro. El proceso de paz en Colombia tiene como uno de sus ejes principales la restauración y la conciliación propugnadas por este paradigma. Los orígenes del mismo no se encuentran en las facultades de derecho de Harvard, tampoco las encontramos en las universidades del Opus. Cuando el “hombre blanco”, con una cruz en una mano y una espada en otra, imponía su pensamiento, muchas de las “tribus” objeto de su sometimiento llevaban siglos practicando la justicia restaurativa.
Mucho antes de la “conquista” española, en el sur de la Patagonia, los Mapuches resolvían sus conflictos en comunidad, sin necesidad de utilizar medidas represivas para resolver los mismo. Estos tenían una premisa de partida: la tierra en la cual vivían no era de ellos, ellos eran de la tierra. No conocían la propiedad privada, las puertas de sus casas permanecían abiertas y la violencia contra los niños, a los cuales consideraban sagrados, suponía mucho más que un ataque a la comunidad. Ellos no usaban el castigo físico para resolver los problemas en el ámbito familiar. Los juicios mapuches tenían por objeto la reparación, buscando respuestas para los conflictos en clave de conciliación, para así reestablecer el equilibrio colectivo que armonizaba la tribu o grupo.
En el otro lado del mundo, en Nueva Zelanda, el pueblo Maorí se adelantó en el tiempo a la resolución de conflictos usando como piedra filosofal, la reparación, conciliación y el arbitraje. Para ello el papel de la familia, el grupo o la comunidad era más que fundamental. La víctima era tenida en cuenta a la hora de buscar soluciones bajo el concepto aborigen “Te Whanau Awhina”, cuyo significado viene a ser cuidar, velar, proteger. En los años noventa los principios maoríes se usaron de forma experimental en Aylesbury, al noroeste de Londres, para buscar nuevas fórmulas de tratamiento en el ámbito de la justicia juvenil. La fórmula novedosa de esta experiencia consistía en que las respuestas penales hacia jóvenes infractores no tuvieran como objeto la humillar a estos. Se buscaba que los mismos tuvieran la oportunidad de entender como su actitud afectaba a las personas afectadas por sus actos y a su propia familia, el plan era fomentar la empatía. Un total de 350 casos se dirimieron tomando como referencia el sistema maorí, sólo el cuatro por ciento de los jóvenes infractores volvió a “delinquir”.
Mientras los eternos cavernarios ladran ignorancia y autoritarismo, Anna Gabriel cabalga sobre sabiduría popular y solidaridad. Yo me apunto a su tribu, porque la sensibilidad forma parte de la revolución, no me canso de decirlo.
Guillermo Martorell (Criminólogo)
Yo también me apunto a su tribu,en los setenta ya se intento , pero no se tubo mucho éxito.
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