Reflexiones de una socioLoca

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Reflexiones de una socioLoca

Huesos de pollo y antropocentrismo

(Nerea Lores Martikorena)

Dicen que el tiempo es poder. Que un segundo basta para dar vida. Dicen que el tiempo es oro y que a su vez, el tiempo lo cura todo. Yo insto a que inviertan un segundo a reflexionar en la cantidad de pensamientos que circulan por sus cabezas a lo largo de un minuto. Invito a que tomen una fracción de segundo a valorar la capacidad que el tiempo proporciona a los animales cuando estos han de tomar una decisión de vida o muerte. Nosotros los humanos, obsesionados en conocer el motivo por el que habitamos este espacio, creemos ser poseedores de este tiempo, un tiempo fugaz, un tiempo que escapa, un tiempo que vuela. Creemos tener el dominio de un elemento tan antiguo como la misma existencia del espacio y de la vida en el universo. Nuestra arrogancia como especie ha llegado a tal punto que hemos sido capaces de despojar al tiempo su poder, el poder de ser libre, de circular, de seguir un curso marcado por las leyes del universo. Nosotros los humanos, hemos cuantificado un elemento que daba nombre a la vida y de este modo, hemos terminado midiendo, cuantificando y cronometrando nuestra propia existencia.

Allá por 1972 fue publicado un informe que daba cuenta del poco tiempo de vida que le quedaba a la civilización moderna. El informe, Los límites del crecimientos fue publicado con la intención de dar a conocer que el proceso de crecimiento del modelo antropocentrista tocaría el cenit de su capacidad en el plazo de 100 años. Los datos, reflejaban que el modelo en el que se sustentaba la sociedad debía ser redefinido en pro de un modelo sostenible y respetuoso con el medio ambiente y, de ser así, situaríamos en el epicentro de dicha sociedad el elemento primordial; la vida.

Para hacernos a una idea de esta situación, el concepto de huella ecológica (indicador biofísico), esencial en este discurso, es utilizado para determinar el conjunto de impactos que una comunidad humana puede ejercer. De este modo para que un habitante medio pueda consumir una serie de recursos es necesaria una superficie ecologicamente productiva y, del mismo modo, es necesario también una superficie para absorber los residuos que este genera. Un informe elaborado por WWF demostró que la huella ecológica mundial excedió la biocapacidad del planeta en el 2010, es decir, la superficie productiva en un 50%. Esto se traduce en que ha disminuido la superficie disponible para producir recursos renovables. Esta actividad del ser humano ha dado paso a una nueva época geologíca de la Tierra llamada Antropoceno, que tienen como característica principal la actividad humana como causante del cambio climático. Detalles significativos de esta época geológica son entre otras cosas; elementos radioactivos exparcidos por el planeta, la contaminación causada por el plástico o los huesos de pollo como futuros fósiles recurrentes pertenecientes al antropocéno y es que, el consumo de carne de estos animales ha aumentado exponencialmente en la últimas décadas (esto da lugar a una discusión a cerca de la sobreexplotación ejercida del ser humano hacia los animales).

Sin embargo, haciendo caso omiso a esta coyuntura,  hemos pasado a ser presos dentro de una cárcel que tiene como lema “el crecimiento económico es un tren” y de este modo, sucumbimos a las demandas de una ideología dominante precursora de una producción desmedida y acelerada, una ideología que troquela la cultura y la memoria colectiva con el objetivo de anclar la idea de que lo rápido es sinónimo de desarrollo y por ende, que el desarrollo es garantía de abundancia. De este modo, en una sociedad en la que las desigualdades sociales dejan en evidencia que cada vez se reclame con más hambre lo que por ley universal nos corresponde, las falacias capitalistas se expanden como el cáncer, embaucando al más pobre y devorando la vida que pasa por su camino y el suelo que pisa. Un fenómeno hambriento que baila al son de una melodía que lenta y calladamente empieza, pero que sigue acelerando su tempo en el trascurso del progreso y que culmina  alcanzando su punto fuerte y veloz cuando todo atisbo de vida queda devastado y aniquilado https://www.youtube.com/watch?v=WfGMYdalClU

Los miedos que acechan debajo de nuestras camas son las representaciones proyectadas por nuestro propio subconsciente. Aquel que da cuenta de nuestras malas decisiones, de los errores cometidos y de las gestiones equivocadas. Son la imagen creada por el cerebro que nos apremia a concebir una vida que asegure nuestras necesidades presentes sin comprometer las necesidades futuras. En otras palabras, nuestros miedos nos hablan de la necesidad de cambiar algo esencial en nuestra vida. Son estos miedos los mismos que nublan la toma de decisiones colectivas e individuales ante la incipiente crisis civilizatoria. Por desgracia, todos aquellos datos aportados que constatan las graves consecuencias del modelo de consumo y producción actual (ocaso energético, cambio climático y crisis alimentaria) no parecen ser suficientes a la hora de poner en marcha las medidas oportunas que harán frente a esta crisis sistemica. No parece que el músculo social se fie de la capacidad activa del hueso político, tan anclado en los viejos ideales de gestión política. Mientras estos miedos guíen nuestra toma de decisiones, difícilmente haremos frente a lo que se nos está viniendo encima.

Por poner una serie de ejemplos; la dependencia energética externa de Euskal Herria es una de las más altas de Europa, la tasa de emisión de gases de efecto invernadero triplica la media mundial. La cuestión a tratar es que si la tasa de dependencia externa de la CAPV es de un 94,5% la de Nafarroa de un 80% y de Iparralde un 98,66% ¿de dónde se ha extraido dicha energía? ¿Cuáles han sido las consecuencias sociales y ambientales para los países extractores de dichas energías? Así pues, en cuanto a los agro-combustibles en el año 2010 fueron 35.000 toneladas de aceite de palma las importadas por la Comunidad Autónoma Vasca las que se trajeron desde Indonesia. Tengamos en cuenta que 1,7 millones de hectáreas fueron arrasadas por el fuego en indonesia en el año 2015 y a pesar de que fueron varios los culpables de esta atrocidad, la principal sospechosa es la industria del aceite de palma y es que la producción de esta industria crece un 10% cada año en lo que va de década ¿blanco y en botella?…

Ante esto no podemos obviar las graves consecuencias sociales, políticas, económicas y ecológicas que supone en cuanto a escala local y global la actividad de esta industria y de todas aquellas actividades industriales que tienen como principal cliente las sociedades del mal llamado primer mundo. Por tanto, de lo que se trata es de poner en conocimiento la necesidad de un modelo energético y social, que no solo repare la deuda ecológica creada por los países del hemisferio Norte para con los países del hemisferio Sur, sino que, también sea capaz de crear unas sociedades descentralizadas que gestionen sus recursos bajo criterios de sostenibilidad y viabilidad, respetuosas de la vida y del medio ambiente. Esto es necesario por qué aun creyendo ser poseedores del tiempo, el tiempo nunca fue nuestro, sigue su curso como siempre ha venido haciendo y nosotros, los humanos, semejantes a un suspiro de la tierra dependemos de ese tiempo fugaz, ese tiempo que escapa, ese tiempo que vuela.

Nerea Lores Martikorena

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