IRITZIA – «El pobrecito hablador»
«Homenaje a Catalunya»
«… Viniendo directamente de Inglaterra, el aspecto de Barcelona resultaba sorprendente e irresistible. Por primera vez en mi vida, me encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas. Casi todos los edificios, cualquiera que fuera su tamaño, estaban en manos de los trabajadores». La sensación vivida por George Orwell a finales de 1936 debía ser lo vivido en la lucha por el referéndum del 1-O, la huelga-aturada de país del 3-O o la proclamación de la República el 27-O pero por cien.
Hemos sentido esa vitalidad popular, el gozo colectivo previo a la construcción de un nuevo país. Pocas semanas después vino la represión, la parálisis del proyecto republicano y las elecciones forzadas. ¿Y ahora qué?, se preguntan muchos. El Procés ha entrado en otra nueva fase, ahora la batalla es la investidura del candidato con más apoyos parlamentarios, hace unos meses era poder celebrar un referéndum, dentro de unas semanas casi nadie se atreve a predecir cual será la disputa.
En cualquier caso, sea cual sea la coyuntura concreta, si se vislumbran dos denominadores comunes a todas las etapas: la gran fortaleza y la gran debilidad del movimiento independentista. La fortaleza radica en su enorme capacidad de movilización ciudadana: Diadas, «Aturadas de país», movilización en clave electoral… La debilidad radica en su limitada capacidad de movilización entre la clase trabajadora organizada. La prueba de fuego la vimos en la huelga del 8 de noviembre, convocada por el pequeño sindicato independentista Intersindical-CSC. La convicción del sindicato convocante, los CDR y esa minoría de trabajadores que hicieron la huelga contrastó con una cierta apatía entre la mayoría de los trabajadores del país.
Se echa de menos un debate real sobre esta cuestión, donde deberán ponerse encima de la mesa el carácter sistémico en favor del R78/155 de CCOO-UGT, la necesidad urgente de construir marcos unitarios para sindicalistas de base soberanistas más allá de siglas y el fortalecimiento del sindicalismo independentista. Pero también habría que discutir sobre el balance que hace la izquierda partidaria sobre esta cuestión. La CUP, enfrascada en sus debates internos inacabables, parece no aportar un plan concreto y operativo de inserción en centros de trabajo, no se detecta el énfasis que habría que poner en esa tarea.
Ganar a más sectores de trabajadoras, concretamente de la periferia barcelonesa, se antoja condición indispensable para avanzar en la causa republicana. Conceder tanta importancia a la «clase trabajadora organizada» no es manía de marxistas trasnochados, sino constatación de hechos que nos muerden la nuca: el Estado y la UE pueden soportarlo todo, grandes manifestaciones, votos rebeldes, eclosiones sociales de carácter «ciudadanista»… pero no podrían capear el parón de la máquina de hacer billetes, es decir, de la economía. Si «la clase» se planta, sufrirán a corto plazo los trabajadores, pero también las 7.000 multinacionales que hacen riqueza en Catalunya. No hace falta decir que Rajoy o los burócratas en Bruselas son meros auxiliares administrativos de los jefes de las multinacionales. Si los independentistas se hacen con la economía, y solo pueden hacerlo mediante la fuerza de trabajo, la independencia sería el escenario seguro.
Orwell vio Barcelona dirigida por los trabajadores organizados, nosotros hemos visto Catalunya liderada por sus ciudadanos más conscientes. La diferencia entre «trabajador» y «ciudadano» no es baladí, es ganar o ganar.
Pablo Fernández
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